La piel quemada (Josep María Forn, 1967): un retrato áspero y descarnado del desarrollismo franquista. Juan Antonio Gómez García

Juan Antonio Gómez García es profesor de Filosofía del Derecho en la UNED. Cuenta en su haber con más de un centenar de publicaciones distribuidas en libros monográficos, capítulos de libros y artículos especializados en sus líneas de investigación en el desempeño de su actividad académica, y en Historia y Crítica cinematográficas. Viene ejerciendo también una prolífica actividad como profesor y como conferenciante invitado en distintas Universidades españolas, europeas e hispanoamericanas. Asimismo, ha participado en numerosos congresos científicos nacionales e internacionales, como conferenciante invitado, como ponente y como comunicador. Forma parte también de varios Comités Científicos de distintas revistas especializadas internacionales, en relación con sus líneas de investigación, donde realiza tareas de asesoramiento y evaluación de trabajos de investigación.

Cinéfilo desde su niñez, una de sus líneas de investigación principales (realmente la que más le importa y apasiona) desde hace casi tres décadas son los "Estudios de Derecho y Cine", en los que fue uno de los pioneros en el ámbito hispano-parlante.

Ha ejercido y ejerce la crítica cinematográfica en diversos medios especializados y es fundador y director de la colección Bibliográfica "Cine, Derecho y Sociedad" de la Editorial Sindéresis (Madrid). Es miembro fundador de la Red Iberoamericana de Cine y Derecho y del Cine-Club Quintanar. Hace tres años fue propuesto para formar parte del Círculo de Escritores Cinematográficos, del cual viene siendo miembro hasta hoy.




El cine español realizado durante el franquismo no responde únicamente a la imagen del cine oficialista que penetró en la historiografía y la crítica cinematográficas españolas a partir, sobre todo, de la década de los ochenta del siglo pasado. Salvo las archiconocidas obras maestras de aquellos años de cineastas como Luis García Berlanga, Juan Antonio Bardem, Fernando Fernán-Gómez, etc., las cuales siguieron siendo objeto de veneración durante los primeros años de la democracia, raramente se referenciaban otras películas al socaire de la injusta e imprecisa idea de que el cine español durante la dictadura fue temáticamente insulso, de escasa calidad cinematográfica y, especialmente, de una general carencia de sentido crítico con el régimen y con el statu quo vigente durante las casi cuatro décadas del franquismo.

Por fortuna, con el reexamen y redescubrimiento histórico-crítico del cine español que se ha venido produciendo en nuestro país con la entrada del nuevo milenio, se han rescatado y revalorizado gran cantidad de películas y de cineastas de aquel periodo que, de alguna manera, están contribuyendo a mudar la actitud y la mentalidad inicialmente instaladas a partir de la instauración de la democracia constitucional. En buena medida, el cine español producido en la España franquista empieza a verse y a valorarse con nuevos ojos y con otra disposición crítica, lo cual está contribuyendo a considerarlo con mayor profundidad y a valorarlo con mayor justicia, superando así los dogmas anteriores que lo tildaban de mezquinamente oficialista y críticamente inocuo.

Un filme singularmente reseñable, dentro de esta nueva corriente, es la extraordinaria película del cineasta barcelonés Josep María Forn, La piel quemada. Existe un casi unánime consenso crítico en considerar la película estrechamente vinculada a lo que se vino a llamar durante el franquismo el desarrollismo español, el cual -como es sabido- se refiere a los años de crecimiento de la economía comprendida entre 1959 y 1974, el cual puso el punto y final a las dos décadas anteriores de rígido intervencionismo económico bajo la dura autarquía y de aislamiento del país impuestos por el general Franco al concluir la Guerra Civil.

Bajo el desarrollismo español de aquellos años, tuvieron lugar una serie de profundos cambios en la política económica dirigidos fundamentalmente a integrar la economía del país dentro del sistema capitalista mundial. A tal fin, se produjo la reestructuración del sistema político (cuya norma de referencia fue la Ley de Principios de 1958), bajo la influencia de los llamados tecnócratas del Opus Dei, que supuso, asimismo, una cierta apertura social y la modernización de la legislación laboral, adaptándola a las exigencias básicas del modus operandi del mercado capitalista internacional; así como la liberalización, tanto del comercio exterior como del interior (especialmente del primero). Para ello se arbitraron cuatro Planes de Desarrollo entre 1959 y 1974, comenzando con el Plan de Estabilización de 1959 y concluyendo con el cuarto (entre 1972 y 1975), el cual no llegó a llevarse nunca a la práctica. En suma, se pretendía que España se incorporase más o menos plenamente al sistema económico capitalista.




El resultado de estas políticas fue un fuerte crecimiento en prácticamente todos los sectores de la economía española, el cual tuvo sus claves de bóveda en el rápido e intenso proceso de industrialización del país, en la enorme expansión del comercio y en la explotación y el potente desarrollo del turismo. No obstante, este desarrollismo tuvo sus sombras, ya que tan inusitado crecimiento económico acentuó enormemente los desequilibrios territoriales, produciéndose un potente fenómeno de migración interior de un gran número de personas desde el campo a la ciudad (el campo fue uno de los sectores menos impulsados y favorecidos por las políticas desarrollistas) y de España hacia el extranjero, y una expansividad urbana muy deficiente y absolutamente descontrolada para acoger a los numerosos migrantes que acudían a las ciudades que concentraban la riqueza y la industria en busca de una vida mejor. En el marco de una mejora general del nivel de vida del país, sin embargo estas circunstancias dieron lugar a profundas desigualdades socioeconómicas.

Precisamente en este contexto de migración interior (particularmente, desde la Andalucía rural a la Cataluña desarrollista) con la esperanza de encontrar un futuro mejor, se ubican el argumento y la trama narrativa de La piel quemada, producida en 1967, justo cuando el desarrollismo franquista estaba en su punto álgido. La película se centra en los acontecimientos ocurridos durante el día y la noche anteriores a la llegada de la familia de un emigrante andaluz (su mujer, sus dos hijos y su joven hermano) a un pueblo de la Costa Brava, donde trabaja de albañil. Muestra cómo se relaciona este hombre con sus compañeros de trabajo (también migrantes), con los oriundos del lugar y con las turistas extranjeras que veranean allí; sus recuerdos de su pueblo de origen viviendo bajo la pobreza material y la miseria moral, así como sus sentimientos con respecto a su familia. Asimismo, paralelamente, el filme relata el largo y penoso viaje de su familia desde el pueblo para encontrarse definitivamente con el protagonista bajo la esperanza de encontrar y construirse una vida mejor, lejos de las penurias de su lugar de origen.

Con gran realismo y bajo un punto de vista siempre crítico, la película reflexiona y ofrece muy interesantes elementos para la reflexión en torno a los problemas de la integración social y cultural de los emigrantes andaluces en la Cataluña desarrollista -despectivamente calificados como charnegos por los catalanes más reacios-, en torno a sus formas de vida, sus frustraciones, sus deseos y sus sueños, en su búsqueda de lo que podríamos llamar el sueño catalán. Se trata de un filme que plantea directa y agudamente la cuestión fundamental de la identidad de las personas cuando por razones socioeconómicas de pobreza y marginación se ven obligadas a migrar, esto es, a cambiar por completo sus vidas.




La tensión entre la persona individual y la comunidad extraña en la que se ve forzado a vivir aparece en toda su profundidad y crudeza, y ello se muestra (creo que éste es uno de los aspectos más valiosos de la película) desde un punto de vista costumbrista, con un sentido casi antropológico, no tanto político, sino cultural. El turismo y el contacto con el otro -pese a ser compatriota, muy distinto en costumbres, incluso con una lengua diferente- y con el extranjero -con mucho dinero y que pasa sus vacaciones divirtiéndose despreocupadamente- constituyen los dispositivos críticos para traer a colación los principales problemas de este choque cultural que supuso, en este punto, el desarrollismo económico franquista.

Conectada en algunos aspectos con el mejor cine neorrealista italiano (en especial, con la grandiosa Rocco y sus hermanos), La piel quemada es una película áspera y cruda, inusitadamente reflexiva y honesta, que tiene el atrevimiento de abordar sin tapujos y con valentía problemas de su tiempo que, sin embargo, siguen estando presentes de manera más o menos explícita en la actualidad, tanto a escala de nuestro propio contexto nacional, como a escala internacional si se mira desde la perspectiva de la migración de las personas desde los países pobres a los ricos. En efecto, creo que la película puede ser un instrumento muy válido hoy para comprender algunos de los problemas políticos, sociales, económicos y culturales que todavía siguen vigentes en la España actual (en estos momentos de manera especialmente intensa) a propósito de las relaciones entre Cataluña y el resto del país, así como, en un plano más abstracto, para comprender las relaciones con el extranjero que migra a un país extraño huyendo de la miseria de sus países de origen.

Una espléndida lección de cine para conocer y valorar mejor el cine español producido durante la dictadura franquista, para comprender al otro y, sobre todo, para comprendernos a nosotros mismos.


Juan Antonio Gómez García



El director de La piel quemada, Josep María Forn


Enlace filmaffinity La piel quemada

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