Robot Salvaje: El humanismo como razón de ser.




Estimado lector, perdona que comience esta líneas tomándome la licencia de hacerte una petición: Por favor, si tienes la oportunidad, no dejes de acudir al cine a ver esta película. Vas a disfrutar de un espectáculo extraordinario. Único. De esos que necesitan la magia y el misterio de una sala de cine para ser disfrutado en toda su dimensión.

Robot Salvaje es la última producción de DreamWorks que ha llegado a la gran pantalla. Una propuesta asombrosa, espectacular, épica e inolvidable. Una de esas historias que nos llegan al corazón de una manera casi imperceptible. Pero que, cuando nos damos cuenta, nos tiene absolutamente atrapados en un universo mágico donde los sentimientos acaban por dominarlo todo. 



Lo cierto es que la película necesita su tiempo para concretarse, ya que comienza de una forma un tanto insustancial y, al menos en mi caso, me sentía un tanto perdido. Sin saber hacia donde conducir mi atención. Pero Robot Salvaje despliega su evidente poder de seducción y llega un momento donde la película empieza a crecer y crecer. A convertirse en una narración profunda, fascinante y magnética. En una obra poliédrica y compleja. Tan compleja que, ni siquiera los adultos, podemos comprenderla en toda su dimensión con un solo visionado. Es una de las particularidades de la brillante madurez que ha alcanzado el cine de animación de calidad: películas que los más pequeños disfrutan enormemente, pero que los adultos gozan aún en mayor medida.

Robot salvaje es una desconcertante pero eficaz mezcla entre los cuentos de Hans Christian Andersen, El principito de Antoine de Saint-Exupéry y la literatura de Ray Bradbury, Isaac Asimov o Philip  K. Dick. Una amalgama de temáticas y planteamientos que confluyen en una síntesis que la cinematografía siempre ha sabido expresar de una manera muy lúcida: tenemos que prestar más atención a nuestro corazón. 

Visualmente, Robot Salvaje es de una precisión técnica sencillamente apabullante. Dreamworks alcanza la perfección con esta bellísima y heterogénea ficción que ha sido escrita y dirigida por Chris Sanders, que descubrió por casualidad, a través de una tarea escolar de su hija, el libro The wild robot escrito por Peter Brown, quedando cautivado de inmediato y pensando en una adaptación del mismo al universo de la animación. No encuentro palabras de agradecimiento señor Sanders por la impresionante y sensacional experiencia fílmica que acabo de disfrutar, que afianza, aún más si cabe, mi impresión de que el dibujo animado está a la altura de los mejores géneros cinematográficos tradicionales.






Nuestro destino como raza humana subyace del argumento de Robot salvaje, siguiendo la pista de títulos emblemáticos de la ciencia ficción como El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968), 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) o Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Probablemente, la cuestión más contundente que plantea este hito del dibujo animado se puede resumir con una pregunta: ¿hacia dónde nos dirigimos como sociedad? En este sentido, se nos alerta del enorme peligro que supone una realidad que cada vez está más presente en nuestras vidas. Me refiero a la Inteligencia Artificial, que desde su aparición, viene colaborando activamente en aumentar la deshumanización de nuestras relaciones y comportamientos. Y es en este punto donde aparece la "clave de bóveda" de la película. Donde aflora la esencia de lo que se nos quiere transmitir: debemos fijarnos y escuchar más a nuestro corazón. Como decía Charles Chaplin en El gran dictador, "pensamos demasiado y sentimos muy poco". Por cierto, en el diseño de Roz, el robot protagonista, se utiliza la integración de técnicas de pantomima de grandes maestros como Buster Keaton o el citado Charles Chaplin (siempre el bendito cine silente...).

Hay latente también en el desarrollo argumental de la obra de Chris Sanders un poderoso alegato antibelicista. Así como una defensa cerrada a creer en nosotros mismos y nuestras capacidades. A luchar, con esfuerzo, sacrificio y optimismo por aquello que queremos conseguir. A luchar por nuestros sueños, en definitiva. Por complicados que parezcan. Y aquí aparece la cuadratura del círculo. Para conseguir todo esto, debemos fijar nuestra mirada, como decía unas líneas más arriba, en nuestro corazón. 




El valor de la comunidad como una eficaz manera de hacer frente a los problemas o una llamada de atención a cuidar nuestro planeta son otros de los temas sobre los que se nos invita a reflexionar. Pero, como ya he dejado dicho, estamos ante una peli enormemente rica y plural que admite múltiples lecturas de todo tipo. 

En definitiva, estamos ante un pastiche que aglutina historias mil veces vistas ya en pantalla, pero bajo una óptica diferente. Y lo hace con tanta habilidad, que no nos queda más remedio que rendirnos a su belleza, inteligencia y creatividad. A sus inacabables homenajes y referencias. A ese estilo visual tan pictórico, sublimado a través de Claude Monet y su inconfundible impresionismo. A su inhabitual sentido del humor negro. Un humor mordaz y cínico. En definitiva, a un sobresaliente relato cargado de acción y entretenimiento que esconde, detrás de cada escena, toneladas de carga crítica y cuestionamientos.



No te aburro más querido lector. Creo que te he dado las claves necesarias para discernir si te interesa acudir a contemplar esta joya del cine. Creo sinceramente que es una absoluta obra maestra que necesita de varios visionados para ser apreciada en toda su dimensión. La primera vez que se ve, uno se ve atrapado por un torbellino de acontecimientos y sentimientos que nos son transmitidos con un ritmo frenético. Robot salvaje es un deslumbrante y encantador viaje a través de un universo cargado de acción, aventuras, humor y fantasía con un destino inesperado: la conexión con nuestro interior. Y es que, como decía El principito, "lo esencial es invisible a los ojos".

Padres que me leeis, esta es una película ideal para ver en familia. Haceros un regalo y, de paso, hacérselo a vuestros hijos.

No voy a finalizar, no obstante, sin mencionar una de las grandes virtudes asociadas a la recomendación que hoy os traigo: la emoción. Una emoción sincera y auténtica. Pura. Como la emoción que desprenden, irremediablemente las películas de John Ford. Una emoción que nos envuelve y nos deja lágrimas en los ojos, regocijo interior y la sensación de habernos encontrado con el niño que todos llevamos dentro. Y a cierta edad, pocas cosas nos pueden ocurrir más bonitas que esta. 


El hombre de Boston




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