Los temerarios del aire (The Gypsy Moths, 1969) de John Frankenheimer. Por Estrella Millán Sanjuán.

 

Estrella Millán es profesora de Educación Física, y las películas son la pasión de su vida. Tiene un conocimiento profundo del séptimo arte. Desde el cine silente y el clásico hasta nuestros días, pasando por las vanguardias, el documental y el cine experimental. Es brillante su capacidad de análisis y tiene la virtud de poner el foco en la esencia de las películas. Podéis comprobarlo en su magnífico blog  cinefilmiauladcine.blogspot.com.







Frankenheimer fue un director de esa generación curtida en televisión que dio el paso al cine y que, gracias a su oficio, nos proporcionó obras de buena factura y con una puesta en escena muy característica, como esos primerísimos primeros planos con profundidad de campo que potencian o desarman al personaje.

En esta película da el paso a un cine más dramático, intimista, adentrándose en la naturaleza humana, narrando con sutileza y sensibilidad las relaciones intensas que se establecen entre personas desconocidas de esa América profunda que tan bien describe en ésta y en la que le seguiría, "I walk the line" (1970), en la que se interna también en un drama amoroso intenso y excelentemente contado.

La relación profesional con el actor y también productor Burt Lancaster fue muy fructífera, dando como resultado obras de calidad, pero creo que en "Los temerarios del aire" existe un intento de ir más allá, en una historia en apariencia sencilla, pero que resulta ser la punta del iceberg de los sentimientos que albergan los protagonistas. Aunque esta magnífica historia pondría el punto final a la relación profesional entre ambos.

Un relato que empieza con ritmo, con los saltos en caída libre del avión de tres paracaidistas en lo que parece va a convertirse en una película de acción, pero que, poco a poco, con una banda sonora fabulosa de Elmer Berstein, se va tiñendo de tranquilidad e incertidumbre con bellos planos aéreos de la carretera y el pueblo al que se dirigen.



Bridgeville es la siguiente parada de estos protagonistas errantes, sin raigambre, almas nómadas sin sosiego que llegan como un soplo de novedad a pueblos dormidos y sumidos en la desidia del interior del país, simbolizado en esa avioneta que lanza miles de octavillas publicitarias que caen como una lluvia de expectación. Pero Frankenheimer posee la habilidad de impregnar de cierta tristeza el relato desde el inicio, percibiendo que esta llegada se encuentra embebida en desánimo, todo lo opuesto a lo que debería constituir un espectáculo de tal calibre.

Los tres personajes principales son definidos claramente con su actitud corporal, mirada o solo unas cortas frases.  Browdy (un fabuloso y joven Gene Hackman) representa la parte económica del trío, un hombre de negocios decidido y charlatán. Malcom (correcto Scott Wilson) es el jovencito desubicado, inseguro y Rettig (excelente Burt Lancaster) se presenta siempre con la mirada perdida, pensativo e introspectivo, aunque es el líder del grupo. Un ser que lleva el nihilismo como un escudo escéptico y un tanto descreído del mundo.

La publicidad de los carteles exhibe "Paracaidistas que desafían a la muerte", revistiendo de un halo de heroicidad a este trío que encontrará que este pueblo no es uno más, anónimo, de esos que olvidarán pronto, sino que constituirá un punto de inflexión que marcará sus carreras de forma definitiva.

Malcom convivió con sus tíos después de un accidente de sus padres que lo dejó huérfano. Después de muchísimos años los visita ante el asombro de éstos, invitando a los tres a que se alojen por una noche.

Rettig que siempre está ausente y reflexivo, con la mirada abstraída, esta vez observa fijamente y sabe lo que desea cuando coloca su foco en la tía de Malcom (una estupenda Deborah Kerr). Ésta es una película de intuición, de percibir con gestos y pequeños detalles un matrimonio roto, de dejarnos atrapar con una tensión que va lentamente in crescendo, que revela almas perdidas, personajes melancólicos, seres inacabados y frustrados.



La señora Brandon cruza miradas con Rettig e intenta conocer más sobre el arriesgado trabajo de ese hombre que le provoca desasosiego y un calor asfixiante al que su marido contribuye. "Cuanto más nos acerquemos a tierra (sin abrir el paracaídas), más interesante es", le espeta en un afán de atraer su atención. Pronto observamos que el indolente marido la arroja de forma sutil a los brazos del paracaidista cuando le anima a acompañarla a dar una charla al club de mujeres del pueblo. En el coche ella le comenta: "La mayoría de la gente no puede evitar reaccionar ante algo que produzca emoción en sus vidas" aludiendo al espectáculo, pero reflejando toda una declaración de intenciones aderezada por miradas que no necesitan palabras.

Durante la charla, el deportista hace gala de un don de gentes que no suponíamos en él, ganándose a todas las señoras y a Elizabeth, que lo observa fijamente sin pestañear, intentando eliminar las numerosas capas que le envuelven y escudriñar su carácter. Retting pliega el paracaídas de forma pausada y meticulosa mientras ella le somete a un interrogatorio. Lancaster tiene la habilidad de meterse tanto en el papel que parece que ha doblado las líneas de suspensión y la canopia toda su vida, tal como ya le pudimos ver en la película "The train" (1964) en la que fabricaba una pieza de fundición en un plano secuencia con gran maestría.



Lo que sigue es el acercamiento definitivo entre esta pareja que, sin conocerse, se necesita. Un diálogo interesante durante un paseo que termina ante una atracción de niños pintada de un rojo intenso a la que ella se aferra con sus manos, evidencia lo inevitable. El encuentro sexual nos dice que estamos en una época fuera de la censura, con semidesnudos muy bellos. Contado de forma elegante y delicada y con la dolorosa aquiescencia de un marido despierto aún.

Creía conocer todos los matices de la mirada de Burt Lancaster, pero descubrí una nueva de él sentado en el suelo al lado del sofá donde Deborah Kerr duerme, en la que se aprecia una mirada con fondo insondable, infinito, una mezcla de melancolía o "saudade", como expresan maravillosamente los portugueses, con un atisbo de ilusión. Increíble. Eso está al alcance del que tiene ya una madurez en la actuación y experiencias vitales que te ayuden a componer el personaje.

Otra historia de infidelidad, aunque distinta en esa icónica película que fue "From here to eternity" (1953) con la misma pareja, pero que ahora se reúne en un amor maduro y de características muy distintas, más complejo.

Los otros personajes también sufren una evolución en pocas horas. Browdy, aparentemente superficial, tiene relaciones sexuales con una bailarina de club nocturno, pero en realidad es un hombre con inquietudes religiosas, que quiere abandonar este estresante trabajo y construir otro futuro. Malcom pasa de ser un chico apocado, neurótico y constantemente preocupado por el riesgo de su trabajo, a uno maduro, seguro de sí mismo y que también encuentra el amor y un futuro prometedor. Y Rettig es el que sufre una transformación más evidente ante la negativa de Elizabeth a abandonar su tedioso y asfixiante matrimonio cuando le reprocha: "Te crees el forastero que viene a sacarme de mi aburrimiento". Hecho que le romperá en mil pedazos y le llevará a tomar la decisión más importante de su vida.



Me vienen a la memoria tres películas más sobre matrimonios frustrados, en los que tomar una decisión drástica es un salto al vacío, nunca mejor dicho: "Brief Encounter", "Strangers when we meet" o "The bridges of Madison County". Historias muy interesantes, en la que cada una a su forma es un estudio de matrimonios inmersos en monotonía y el desencanto y que buscan una válvula de escape que les arroje al abismo momentáneo.

"The gipsy moths" es un relato de personas con miedo, de perdedores, a los que Frankenheimer, conocedor de la naturaleza humana, eleva y da dignidad. No es una historia de acción al uso, en la que los saltadores son unos adictos al riesgo y la adrenalina, sino que son presentados con sus defectos, insatisfacciones, dudas; no son héroes en el fondo, sino sufridores nada más poner los pies en el suelo. Seres desubicados, carentes de amor y calor que necesitan un momento de gloria,, aunque sea muy efímero.

Desoladora, pero tan atrayente y bien contada, que te atrapa aunque duela y deje descorazonado. La recomiendo.








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