Recuerdo haber visto, muchas, muchas películas atrás, El ojo de la aguja (Eye of the needle, 1981) de Richard Marquand. Y la impresión que guardaba en mi memoria de cinéfilo era de una obra impactante, seductora y, sobre todo, muy entretenida. Como muchas de las películas que se ven siendo niño, cuando aún no se tiene verdadera dimensión de las capacidades expresivas y artísticas del séptimo arte, El ojo de la aguja quedó en mi recuerdo como una película mitificada, llena de bondades y, por diversos motivos no siempre de peso, como un título más de los responsables directos de ese amor incondicional e inagotable por las benditas películas. A veces da un poco de tristeza volver a estos títulos que forjaron nuestra cinefilia. Pesadumbre por miedo a romper ese encanto que con tanta ilusión nos acompaña. Esos recuerdos maravilloso de nuestra niñez que, en muchas ocasiones, saltan por los aires como lo hacían las maderas de El puente sobre el rio Kwai, cuando en la plenitud de nuestra madurez como espectadores ávidos de películas, acudimos a revisitar estos títulos que alegraron nuestra infancia y, como digo, andan envueltos en un aura formada, a partes iguales, por una combinación de cariño, respeto y admiración.
Pues con estas premisas he vuelto a ver esta adaptación de la obra "La isla de las tormentas" de Ken Follet. Y el encanto se ha mantenido, más o menos, intacto. Y ello a pesar de enfrentarme a esta nueva visión con un nivel de exigencia tal vez superior a otras películas, por las razones que acabo de exponer. Incluso en algunos aspectos ha superado mis expectativas, debido principalmente a una mayor comprensión de ciertos aspectos argumentales que, vuelvo a repetir, siendo niños, o no se comprenden o sencillamente se idealizan. De igual modo hay algún que otro detalle que me ha decepcionado y que, paradójicamente, también tiene que ver con el desarrollo argumental y la manera de resolverse cinematográficamente. Vaya por delante que no conozco la novela de Ken Follet sobre la que se basa El ojo de la aguja, así que no puedo establecer comparativa alguna entre ambas. Pero, y por seguir avanzando, en líneas generales me parece una estupenda película. Trataré de explicar por qué.
Donald Sutherland da vida a un espía alemán que vive en Londres durante la Segunda Guerra Mundial, tratando de obtener información privilegiada para los nazis sobre los planes militares de los aliados. Su encuentro con Lucy (Kate Nelligan) en la Isla de las tormentas cuando trata de huir hacia Alemania, desencadenará una serie de apasionantes acontecimientos.
Richard Marquand utiliza una narrativa directa y concisa para introducirnos en esta historia de suspense que, por momentos, me recuerda a Alfred Hitchcock y su envidiable habilidad para crear suspense. Con una cámara prácticamente en continuo movimiento, se nos introduce a través de un eficaz prólogo en el desarrollo central de la historia para, finalmente, situarnos en esa inquietante y espectacular Isla de las tormentas de la novela original donde tiene lugar el soberbio clímax de El ojo de la aguja. Marquand se sirve de primeros y primerísimos planos para logra un clima opresivo y asfixiante que la magnífica partitura del compositor húngaro Miklós Rózsa se encarga de acentuar adecuadamente. El autor de películas como Recuerda (Alfred Hitchcock, 1945), El Cid (Anthony Mann, 1961), Ben-Hur (William Wyler, 1959) o Días sin huella (Billy Wilder, 1945) entre muchas otras, y que logró obtener 16 nominaciones y tres estatuillas de la Academia de Hollywood, compuso aquí una de las últimas partituras de su larga y exitosa trayectoria profesional.
Es cierto que, a lo largo del metraje, se pueden encontrar varios anacronismos y algún que otro momento de, cuando menos, dudosa credibilidad en pantalla. Pero también podemos constatar como el magnífico pulso narrativo de Richard Marquand y las extraordinarias interpretaciones de Donald Sutherland (soberbio, impagable en el tercio final) y la lograda réplica de Kate Nelligan (que aguanta bastante bien el "tipo"), compensan estas debilidades.
Pero la fascinación y el magnetismo que encuentro en esta película se debe, sobre todo, a su inaudita e increíble amalgama de géneros. El ojo de la agua es por momentos cine bélico, de suspense, de terror, un melodrama, una película romántica, intriga de espías una indisimulada introspección psicológica. Todo ello bordea El ojo de la aguja, sin centrarse particularmente en ningún género y logrando un exquisito y espontáneo equilibro entre todos ellos. Y esa me parece su mayor virtud. Que todo ello tenga como resultado en pantalla una unión perfectamente homogénea en forma de cine altamente entretenido. Finalizo su visión con la sensación de que El ojo de la aguja sigue afianzada en mi memoria cinematográfica como un título paradigmático que aguantaría perfectamente un par de visionados más.
Yo, dejándome llevar por mi lado romántico, que suele aparecer con frecuencia cuando contemplo películas, concluyo que el eje principal de El ojo de la aguja es la historia de Lucy, una mujer que por amor vive encerrada en un universo de infelicidad y frustración y que, a través de una catarsis extraordinariamente bien mostrada en la pantalla, logra alcanzar la liberación.
No recuerdo con exactitud quien pronunció la siguiente cita: "En el fondo, todas las películas son una historia de amor". Creo que fue François Truffaut. La cuestión es que no puedo estar más de acuerdo con este pronunciamiento. El maquinista de la general (Buster Keaton, 1926), Dersu Uzala (Akira Kurosawa, 1975) o Matar a un Ruiseñor (Robert Mulligan, 1962) no son, en principio, ´películas que puedan considerarse una historia de amor. Pero una es el ejemplo de la resiliencia que un hombre es capaz de desarrollar por amor a su locomotora (y a su chica), la otra es el amor puro y sincero de un anciano por la tierra y la naturaleza y la tercera una muestra de como amar sin reservas la justicia, la dignidad y el respeto. Podría citar un sinfín de ejemplos en este sentido, aunque no es el momento ni el lugar adecuado para ello. Pero por favor, apreciado lector, y permíteme que te tuteé, quédate con esta idea: cuando veas una película, cualquiera que sea, trata de hacerlo con la mirada del romanticismo y del amor. Tal vez te sorprendas de las interpretaciones tan dispares, inesperadas y afortunadas que podemos extraer de esa "suerte" de festín de sensaciones para el alma y el corazón que venimos en llamar películas.
El hombre de Boston
Magnífico artículo.
ResponderEliminarMuchas gracias ¡¡¡
EliminarHola Pedro, soy Antonio Morales y acabo de leer tu excelente artículo sobre EL OJO DE LA AGUJA, que hace mucho que la ví, por lo que tus comentarios han despertado mi interés por volver a verla. Me parece una historia apasionante en la que un despiadado espía debe decidirse por servir a su patria o rendirse al amor. ¡Bravo por tu artículo!
ResponderEliminarMuchas gracias Antonio ¡¡ Eres muy amable. Lo cierto es que es una película que se deja ver con agrado. A mi, como digo en el artículo, no me ha decepcionado despues de volver a verla pasados muchos años.
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