A David Salgado Marcote, la literatura, la música, la pintura, la escultura y el teatro le resultan fascinantes. Pero de todas las formas de expresión artística, el cine es la que mas le motiva.
Intenta centrar su vida en torno a la creación y difusión de la cultura en general y, más concretamente, del cine y de las películas.
Es coautor del libro "Un viaje por el cine fantástico y de terror".
Tiene una magnífica página que os recomiendo que visitéis: 24sombrasporsegundo.com, donde encontraréis textos fantásticos, escritos con un estilo fantástico, diferente y tremendamente personal.
Esplendor entre las Hojas de Hierba. Walt Whitman, el verso y la materia.
Si hay algo que pueda otorgar un orgullo legítimo al deteriorado y muy cuestionable concepto de <<identidad estadounidense>> es el nexo entre la literatura del siglo XIX y la de un tanto prolongada primera mitad del siglo XX, mezclada y asimilada con y por la Generación Beat.
Afortunadamente es imposible reducir el enorme legado de la literatura estadounidense a un solo nombre. Los oscuros abismos decimonónicos de Poe, Ambroce Bierce o Lovecraft, la delicada e irónica desesperación que derramaron sobre el papel Emily Dickinson, Jean Austen o Edith Wharton, las aventuras plagadas de granujas maravillosos y misteriosos alientos de perdición descritos por Mark Twain o Herman Merville, tendieron un puente entre aquellos mundos ocultos y la luz tamizada por la serena y elocuente tristeza de quienes describieron e hicieron realidad los Estados Unidos del siglo XX. Aquel reflejo en los ojos dorados del gótico sureño de Steinbeck, Carson McCullers, Faulkner o Tennessee Williams; la mirada de la Europa ancestral de Eugene O'Neill... todos ellos forjaron una realidad desde la ficción mucho más sólida e interesante que la verdadera historia estadounidense.
Hay más nombres, obviamente, más obras que forjaron esa verdadera identidad, pero existe uno que con su gigantesco talento supone el punto intermedio entre los extremos literarios de ambos siglos. Walt Whitman, aquel poeta errante con aspecto y, en cierto sentido, espíritu de vagabundo y un razonable parecido físico con Valle-Inclán <<emitió alaridos por los techos de este mundo>>. Al menos eso dice la leyenda. Lo cierto es que Whitman fue libre como los versos que escribió, como las hojas de hierba sobre las que tumbarse a pensar (y hablar) sobre todo aquello que -como un moderno hombre de Vitruvio- tiene relación con uno mismo, con la identidad que brota como parte indispensable y material de la naturaleza.
Los versos de Whitman se erigen como armas constructivas en aras de un ser humano consciente y sensible ante el universo idealista, pero libre de conciencia ante la consciencia que adquiere de sí mismo en un mundo material del que forma parte y del que pretende obtener el máximo rendimiento físico y espiritual. Con esa conciencia consciente y sensible, Whitman, en su afán de hacer del recipiente que ocupamos como seres vivos el mejor de los lugares, establece el equilibrio entre la serenas desesperaciones que unieron los versos y las trágicas prosas de los dos siglos sobre cuya literatura se alza la única y verdadera identidad estadounidense.
Al fin y al cabo, aquel tipo de quien Oscar Wilde dijo <<Todavía guardo el beso de Walt Whitman sobre mis labios>> es sin duda el Capitán. ¡Oh, Capitán! ¡Mi capitán!
Como no hay opción de Like, lo hago " a mano" 👌
ResponderEliminar