Sombrero de Copa (Top Hat, 1935) de Mark Sandrich






SOMBRERO DE COPA


Sombrero de Copa es una de esas películas que han hecho mi vida un poco más feliz. No estoy seguro de haberla visto de niño, pero si tengo el claro recuerdo de disfrutarla en mi etapa de la adolescencia a la madurez, y es una instantánea cinematográfica entrañable, tierna y divertida. Hay películas que, a ciertas edades, nos sorprenden y nos atrapan irremediablemente. La inocencia es un atributo definitivo a la hora de enfrentarnos a según que películas. Por ejemplo, a Los Hermanos Marx los descubrí siendo un niño y los disfrute con un entusiasmo y una alegría rayana a la más completa felicidad. Por supuesto que, ya de adulto, los he seguido gozando, permitirme la expresión, como un enano. Pero ya me acompañaba ese imborrable recuerdo infantil, esa sensación de haber descubierto, siendo un niño, algo novedoso, fresco, entretenido y que tenía el poder y la fascinación de romper con la realidad y sumergirnos en un universo de disfrute, fantasía y bonitos sueños, de otro modo, inalcanzables para un niño de un pequeño pueblo de provincia.

Pero bueno, que me pierdo. El caso es que esta película me produjo sensaciones similares a las que acabo de referir. Lógicamente, nos encontramos ante un título que, para disfrutarlo plenamente, considero que tenemos que ser activos a la hora de adoptar una mirada un tanto infantil y cargada de ingenuidad. Si eso se logra, mi impresión es que el divertimento está garantizado.


La cuestión es que, a partir de ese momento, Sombrero de Copa se convirtió en uno de mis musicales favoritos. Y a él trato de acudir con cierta regularidad, sobre todo en momentos de tristeza o desánimo.

Todos sus números son sensacionales, pero no puedo dejar de destacar el inmortal "Chek to Chek", donde Fred Astaire y Ginger Rogers hacen magia en la pantalla, delante de nuestros propios ojos. Y de mención obligada resultan también los excelentes actores de reparto, con un Edward Everett Horton antológico e inolvidable. Ellos aportan ese tono cómico a la narración que tan bien se complementa con los números musicales. 

Fred Astaire bailaba tan bien que trasladaba la sensación de que lo que hacía era algo fácil. Al alcance de cualquiera. Después de descubrir "Sombrero de Copa" me propuse, no emular a Fred Astaire, pero si tratar de aprende a bailar un poco como él, tal era la sensación de sana envidia que me producía el verlo actuar. Por supuesto que lo único que conseguí fue dar unas cuantas zancadas como un "pato mareado"...





El hombre de Boston


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