Paola Escobar es licenciada en Humanidades. Es difícil acertar que le gusta más, si los libros o las películas. Yo intuyo que los libros. Lo que ocurre es que lo disimula muy bien con su pasión por el cine... Sea como fuere, de lo que no hay duda es de su portentosa capacidad de análisis de las siempre apasionantes relaciones entre el cine y la literatura.
An Inspector Calls, Guy Hamilton, 1954, Reino Unido.
Sinopsis: "1912. La cena de una acaudalada familia inglesa se ve interrumpida por un inspector de policía, que les comunica que una muchacha conocida por todos los presentes ha muerto en misteriosas circunstancias. Parece que cualquiera de ellos podría haber sido el responsable. ¿Pero quién es este inspector y qué quiere de ellos?"
Me llamó la atención esta cinta entre diferentes películas de una lista de recomendaciones por el título, obra capital de un dramaturgo inglés muy conocido. Deformación profesional, no puede evitar releer la obra de teatro y ver la peli, así, todo seguido y hasta con prisa. J.B. Priestley fue un prolífico novelista, ensayista y dramaturgo inglés, también conocido como locutor de radio y activista político comprometido e incansable. Catalogado por Orwell en una lista de izquierdistas cercanos al comunismo, realmente era de una izquierda progresista, que no radical, sobre todo preocupada por el desarme nuclear aunque también por cuestiones de clase. Se definió así mismo como "política y socialmente radical y culturalmente conservador". A lo largo de su vida nunca dejó de criticar, eso sí con humor, al mundo moderno, a los medios de comunicación, al sistema y al matrimonio, temas todos ellos presentes en la obra que nos ocupa, considerada un prodigio de construcción teatral.
Leí su "An inspector calls" en literatura inglesa hace mil años y aún recuerdo la pericia manejando el suspense y lo maravilloso de su teoría circular del tiempo aplicada a la ficción narrativa. Fue un hombre muy prolífico (casi cien novelas y veintitantas obras de teatro creo recordar) y sumamente complejo. Reconocido y premiado por sus comedias, para algunos entre los que me incluyo, esta es su obra cumbre. Y creo que lo es por que Prestley es sobre todo conocido por su teoría circular del tiempo, es decir, él sostiene que el tiempo no transcurre de forma lineal, cronológica digamos, como parecemos percibirlo, sino que el tiempo realmente funciona en una especie de bucle, un círculo sin salida. De ahí lo inexorable del destino de la tragedia griega se transforma en una especie de rueda de errores personales e históricos inevitables si no cambiamos lo cíclico de la lucha de clases. Y de ahí la importancia luego en sus escritos de los sueños premonitorios, los déjà vu, las estructuras en anillo, etc, porque suponen aplicar la teoría circular del tiempo, ya de por sí compleja, a la teoría del discurso narrativo y se vuelve grandiosa estructuralmente. Es decir, el aporte principal de J.B. Priestley a la literatura es el uso combinado del tiempo psicológico y el tiempo histórico pendular, que produce un efecto de extrañamiento.
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J.B. Priestley, autor de la obra de teatro original |
Narrativamente se hace una filigrana, porque por definición el discurso es lineal porque las palabras se disponen temporalmente desarrolladas en el tiempo, pero que él consigue retorcer hasta lo circular precisamente entroncando la estructura discursiva con lo psicoanalítico y el subconsciente, que nos hace parecer animales perdidos girando una y otra vez en círculos sobre nuestros errores y las convicciones que nos llevan a ellos. Es decir, la cuestión clave que Priestley plantea es: ¿hasta dónde se mantiene el discurso cronológico, lineal y racional si lo ponemos bajo examen disponiéndolo de forma circular y sensitiva?
Dificilísimo de hacer, se necesita un conocimiento profundo del lenguaje discursivo y todos sus elementos, así como un manejo muy hábil para retorcer dichos elementos a conveniencia personal. No es nuevo esto en teoría de la literatura y ya era todo un tema académico el lenguaje en 1946, cuando escribe esta obra de teatro. Ya hemos pasado por autores capitales al respecto como Wittgenstein y toda la corriente filosófica del lenguaje, o toda la narrativa del primer cuarto del siglo XX que venía a experimentar, a teorizar en la práctica sobre esos mismos conceptos que ya germinaban desde el Romanticismo, donde aparece por primera vez nuestro concepto moderno de originalidad vinculada a la creación artística y esto definitivamente cambia el patrón discursivo, obvio también inmerso ese cambio en el giro generalizado del arte de realismo a impresionismo: esa mirada nueva que ya no trata de ser un reflejo fiel de la realidad, como las fotos naturalistas del realismo, para tratar de ser un reflejo de cómo cada artista interpreta la realidad. Se cambia de racionalismo a sensitivismo.
Solo un apunte curioso que no me resisto a dar: Priestley estudia en Cambridge, atención concretamente en el Trinity College, facultad justo donde Wittgenstein se forma antes de ser destinado a combate en la Primera Guerra Mundial. ¿No es grandioso?
Por otra parte, continuando con la IGM, es curioso que siendo escrita en la década de los cuarenta (recordemos 1946), se retrotraiga la acción dramática a 1912, en los albores de la Primera Guerra Mundial. No es baladí esta alteración, primero porque el propio autor fue destinado al frente francés en la Primera Guerra Mundial y segundo porque en 1945 finaliza la Segunda Guerra Mundial, con lo que supone una catarsis personal y colectiva y además refuerza la idea de circularidad inevitable. Es decir, todo esto contribuye a una crítica aún mayor, casi demoledora, de las clases altas inglesas, tan snob como crueles, egoístas e indiferentes a la lucha social propia del momento.
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Las miradas son fundamentales a lo largo de todo el metraje de la película |
Volviendo a la obra que nos ocupa, esa teoría de la circularidad estructuralmente le permite encerrar la acción dramática como una reflexión social muy dura, pero difuminada en la ficción como, quizás, un mero error de juicio... pero salva la censura y ahí queda dicha. La obra nos presenta una cena familiar para celebrar un compromiso. Todo es suntuoso, lujoso y la realidad de la familia parece regirse más por el mero capricho vano que por otra cosa. Retrato de la clase alta de primeros de siglo, pues. Gente con tanto dinero y tan pocos escrúpulos que manejan y destruyen las vidas de otros seres humanos con solo mover un dedo y sin remordimiento o culpa alguna... uys, ¿justo como la clase dirigente? Recuerdo que el patriarca es juez y exalcalde.
La aparición del inspector Goole/Poole vendrá a ser el revulsivo dramático que destape todas sus miserias, al sostener mediante la caracterización de los personajes que a menor miseria económica mayor miseria moral, los enfrenta a toda su inmundicia. Tanto la obra dramática como la película, (que es una adaptación mega fiel que recoge con pulcritud no solo las acotaciones y directrices del escritor, sino que incluso la mayoría de las frases se transcriben de modo literal), tratan pues sobre la investigación policial de un suicidio en un contexto en el que se analizan las diferencias sociales.
Está ambientada en Brumley, una ciudad industrial de North Milands, y protagonizada por una familia de clase alta. En principio suena a otra historia más de novela negra, pero al incluir esa idea circular se crea extrañamiento en el receptor, motivo por el que precisamente en ocasiones sus obras de teatro se han catalogado e incluido en antologías de literatura fantástica. Y motivo por el que también precisamente el suspense y el desconcierto en la adaptación de Guy Hamilton no solo están asegurados sino que se elevan aún un pasito más. Como decíamos, tras una breve introducción que nos presenta a los personajes y nos contextualiza muy brevemente, comienza el nudo narrativo y arranca la acción dramática con la inesperada visita del inspector Goole/Poole al domicilio de la familia Birling, que en ese preciso instante celebra la cena de pedida de mano de la joven Sheila Birling. El asunto que trae entre manos el inspector es la investigación del suicidio de una chica en el que, solo posiblemente, estén implicados los comensales.
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En 2015 Aisling Walsh, volvió a adaptar la obra original de J.B. Priestley, en esta ocasión bajo un formato de telefilm. |
A partir de ese momento comienza una trama tejida con precisión de nanotecnólogo, en la que el suspense no resta ni un tono la esencia del mensaje de profunda repercusión social que vertebra la obra: que todos formamos parte de un mismo organismo y somos responsables de todo lo que le pasa al resto de la gente. Guy Hamilton consigue trasladar a la pantalla ese montaje solidísimo, esa artesanía de orfebre que parece haber cosido a mano cada plano. El director, como el propio dramaturgo, renuncia a artificios innecesarios, dejando todo el peso a la interpretación de ese guion de magistral composición y de esa caracterización sobria pero matizadísima. De este modo, os aseguro que la hora y media pasa volando y te mantiene expectante y en tensión todo el tiempo.
Mega recomendadísima, nivel imprescindible.
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