El secreto de Santa Vittoria (Stanley Kramer, 1969)

 




El vino siembra poesía en los corazones. "Dante Alighieri"


El secreto de Santa Vittoria (The secret of Santa Vittoria, 1969) de Stanley Kramer es una de esas películas que poseen la virtud de conseguir evadirnos de la realidad, al menos durante las dos horas largas que nos sitúan en ese encantador pueblo italiano famoso, adelantémoslo ya, por su exquisito vino. El arte cinematográfico se puede circunscribir a diversas disciplinas y consideraciones. Una de estas percepciones es fundamental para mí a la hora de enfrentarme a la visión de cualquier película. Me refiero, sencillamente, al puro y simple entretenimiento. Y la historia que hoy nos ocupa, que bien podríamos considerar como una suerte de fábula cinematográfica, dada la carga crítica que contiene, resulta una distracción formidable.

La aparición de Anthony Quinn, protagonista de esta adaptación de la novela homónima de Robert Crichton, me lleva a plantearme cuales son mis interpretaciones preferidas de este, nunca lo suficientemente valorado, actor. Y aquí va mi respuesta:

  • El Portugués de El mundo en sus manos (The world in his arms, 1952) de Raoul Walsh, ese marinero vividor, pendenciero y pícaro pero que sacaba a relucir su corazón de oro en los momentos difíciles.
  • El Zampanó de La Strada (1954) de Federico Fellini, un ser primitivo y rudo revestido de sinceridad vital, con un corazón noble, pero al que su tremendo orgullo acaba provocando un descenso a los infiernos.
  • El entusiasta, provocador, cínico, transgresor, optimista y aventurero personaje que compone en Zorba el griego (Zorba the greek, 1964) de Mikis Theodorakis.

















Imagino que habréis adivinado que, a esta terna que os acabo de nombrar, hay que añadir la brillante interpretación que Anthony Quinn regala a nuestros sentidos del alcalde Bombolini en El secreto de Santa Vittoria.

Unos bellísimos títulos de crédito acompañados de una inspirada y melancólica partitura debida a Ernst Gold nos trasladan directamente al punto de partida de la historia. Benito Mussolini ha muerto. El fascismo acaba de caer en Italia y el ejército nazi se despliega por todo el país. Y estas son las noticias que llegan al pequeño pueblo de Santa Vittoria. Bombolini, en una colosal recreación de Anthony Quinn, queda desde los primeros minutos de metraje perfectamente dibujado como un personaje extrovertido, un tanto ingenuo, desaliñado y dipsómano que se agarra a una botella a la primera ocasión. Y en este punto, debo de confesaros, que Anthony Quinn es uno de esos actores a los que les perdono, sin miramientos, las sobreactuaciones y el histrionismo a la hora de componer los personajes.

Y es Bombolini el que nos ofrece una primera muestra del desencanto, desilusión y pesimismo que experimentan muchos de los personajes de la película: "Nos prometió tantas cosas..." reflexiona entristecido Bombolini recordando los momentos, ya pretéritos, en que creyó esperanzado en las promesas de un recién llegado al poder Benito Mussolini. Y es que El secreto de Santa Vittoria alberga en sus escenas una contundente y convencida crítica al poder político y militar.

El descanso del rodaje


La cuestión es que, por ir avanzando apreciado lector, las fuerzas fascistas que gobiernan Santa Vittoria se ven sorprendidas por los acontecimientos y deciden, para evitar posibles represalias de parte de los vecinos, entregar voluntariamente el poder que hasta ahora ostentaban. Y Bombolini, en medio de una tremenda borrachera es elegido nuevo alcalde del pueblo de Santa Vittoria, en una bonita escena con un Anthony Quinn exultante y pletórico subido en lo alto de un carro portado por los vecinos del lugar, y que está rodada prácticamente como si se tratara de un musical. Y con un tono que bordea, y en el que se intuye, un cierto "realismo mágico". Este estilo con sutiles evocaciones de cuento encantador y asombroso se mantendrá durante toda la primera parte de la película hasta culminar en el inolvidable momento donde las botellas de vino van pasando de mano como una fantasía que se torna realidad: la voluntad es un arma poderosa.

Y con esta escena del solemne pero informal y festivo nombramiento de Bombolini, vuelve a ponerse de manifiesto esta crítica a los estamentos políticos y al mundo marcial, asociando los mismos a una farsa que solo obedece a intereses particulares. Esta burla se mantendrá a lo largo de toda la película, extendiéndose a otras instituciones como la religiosa. En realidad, no queda títere con cabeza en el ataque, en algunos momentos feroz y despiadado, pero siempre sin enfatizar, a cualquier tipo de convencionalismo.






Bombolini, revestido así de su nueva condición de gobernante local, tendrá que enfrentarse a la reprobación y el rechazo de su mujer, Rosa: una Anna Magnani que nos ofrece una memorable interpretación. De esas que nos hacen exclamar el tópico de "se come la pantalla en cada aparición" Compone el papel de una mujer de carácter temperamental y autoritaria que está cansada y aburrida de los desmanes y excesos de su marido, al que, a pesar de ser ella la que "lleva los pantalones" en el hogar, no ha logrado conducir por el buen camino. "Es triste la casa en la que el gallo está siempre mudo y la gallina es la única que cacarea", le espetan sus amigos al infeliz Bombolini.

Bombolini elige a su equipo de colaboradores para su tarea de regir los designios de Santa Vittoria, en una escena que continua con ese tono satírico y burlesco, y en la que queda puesto en entredicho también el estamento militar a través de la figura de ese miembro de la alcaldía provisto con un atuendo, a modo de uniforme grotesco, pomposo y bufo, todo a un tiempo. Y a continuación asistimos también a la escena que mejor define el carácter antibelicista de la película: un grupo de ancianos "reclutados" por Bombolini que van en formación militar y desfilan como tales pero que, en lugar de armas, portan escobas para la limpieza

Y otro momento memorable es la caricatura y la crítica que Kramer realiza de la institución del matrimonio: Bombolini y su mujer Rosa descubren que su hija está manteniendo encuentros íntimos con el flamante consejero de cultura de la alcaldía. Rosa exige a su marido que tome una determinación y este exclama: "le voy a dar un castigo que no va a olvidar en su vida". La escena inmediatamente posterior se corresponde a la pareja de jóvenes saliendo de la iglesia recién casados... A lo largo del metraje se suceden las ingeniosas, incisivas e imperdibles situaciones rebosantes de crítica y burla. Y os aseguro que, como espectadores, pasaréis un buen rato descubriéndolas.

Bueno, pues así las cosas, Bombolini, a través de su recién nombrado por él mimo consejero de cultura, conocerá "El principe" de Maquiavelo, que pronto se convertirá en su libro de cabecera y fiel mentor en lo que puede entenderse como una reivindicación de la cultura frente a la barbarie y la regresión de los conflictos bélicos. Y pronto tendrá que enfrentarse a su primera prueba de fuego en el cargo: al pueblo llega la noticia de que el ejército alemán va a ocupar Santa Vittoria con la intención de llevarse sus ingentes reservas de vino: un millón trescientas diecisiete mil botellas (más o menos...). Y aquí reside, a mi modo de ver, una de las claves de esta entrañable historia: este ino, además de ser el sustento económico de los humildes vecinos de la localidad, es el motivo de su felicidad, la alegría de su espíritu. Un estilo de vida. El líquido que les lleva a sublimar la amistad y la camaradería. Su impronta y su razón de ser, en definitiva. Así que no pueden permitir que les sea sustraído tan importante capital físico y espiritual. Bombolini y sus allegados tienen que idear un plan para ocultar el vino a las fuerzas nazis, lo que conduce a una de mis secuencias preferidas de la película y, vaya por delante, hay muchas que me encantan. Todos los vecinos se entregarán a un ejercicio de colaboración y trabajo en equipo que culminará con todo este vino puesto a buen recaudo. Una suma de esfuerzos en la búsqueda del bien común, concepto este último que no parece estar muy presente en los tiempos que nos han tocado vivir. Los habitantes de Santa Vittoria entrarán en un juego de servilismo, apariencias y disimulos. Todo ello conduce a ensalzar este preciado líquido que, con su justa moderación, tiene la bendita virtud de hacernos más humanos, poéticos y felices. Y queda eregido como un perfecto símbolo de la búsqueda de nuestra alegría en las pequeñas cosas de la vida. Pero los alemanes pondrán todo su empeño en dar con el preciado tesoro. ¿Lo lograrán...?

















Stanley Kramer nos presenta una narrativa clásica y diáfana, donde el espectador solo tiene que ocuparse de disfrutar. Los largometrajes (nunca mejor llamados así) de Kramer, suelen tener una duración larga. Superior a las dos horas. Pero la visión de sus obras me confirma que sabe mantener extraordinariamente bien el interés del espectador.





La intención de Kramer era rodar la película en la auténtica localidad que da nombre a la película. Pero se encontraron con que se había transformado en una moderna ciudad que nada tenía que ver con el pueblo descrito en la novela original. Así que tuvieron que buscar una localización alternativa que encontraron en Anticoli Corrado, con excelentes resultados en pantalla. La bellísima Virna Lisi como Caterina Malatesta, Hardy Krüger como el capitán Von Prum y Sergio Franchi en el papel de Tufa, completan el magnífico reparto. Y a cargo de la fotografía, el genial Giuseppe Rotunno, colaborador habitual de Federico Fellini, pero que también trabajó con directores de la talla de Vittorio De Sica o Luchino Visconti.

En definitiva, y si has llegado hasta aquí apreciado lector, nos encontramos ante una narración que nos invita a buscar la felicidad en la sencillez, las pequeñas cosas y momentos y en la cercanía del ser humano. En esos pequeños momentos con los familiares y las amistades que, con el paso del tiempo, se convierten en grandes recuerdos anclados a nuestra memoria y que ayudan a formar ese concepto tan difuso, efímero y anhelado que venimos llamando felicidad. Y sobre todo, a mi se me descubre como una llamada a vivir el presente. Acompañados de una copa de buen vino, si es posible. Y con estas reflexiones me quiero quedar. Te invito a ti que me lees a descubrir esta película (si aún no la conoces) y dejarte seducir por el encanto de los personajes que la habitan y su capacidad para lograr algo realmente meritorio: hacernos sentir vivos.




El hombre de Boston



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