Hacía tiempo que no me emocionaba tan sinceramente con una película. Una emoción sincera de esas que te hacen saltar las lágrimas de una manera espontánea. Y que producen una catarsis interior que deriva en esa placentera experiencia que es "sentirse vivo".
El violonchelista de un cuarteto de cuerda que lleva unido veinticinco años, se ve obligado a abandonar cuando empieza a experimentar los primeros síntomas de la enfermedad del Parkinson. Este hecho desencadenará una serie de situaciones entre los miembros del grupo, al tiempo que sacará a la luz, sentimientos, frustraciones y deseos ocultos y reprimidos a lo largo del tiempo...
Philip Seymour Hoffman nos regala una sobria y contenida interpretación con la que logra hacer creíble, humano y cercano un personaje lleno de sensibilidad, recuerdos y amor por la música. Catherine Keener y Christopher Walken brillan igualmente en la composición de sus personajes. El resto del reparto, en mi opinión, no logra estar a la altura de esto tres pedazos de actores.
Dirigida por Yaron Zilberman, El último concierto es una exquisita y elegante declaración de amor a la música. Y una defensa de la educación, el diálogo y la cultura mediante el dibujo de un grupo de amigos que logran superar sus diferencias y poner en valor elementos como el respeto, el perdón o la humildad como camino para alcanzar aquello que verdaderamente se ama. Y que merece la pena.
Si amáis el cine, creo que os gustará esta película. Si además acostumbráis a regalar a vuestros oídos música clásica, el festín ya es completo.
Muy recomendable.
El hombre de Boston
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