Psicosis es, sin duda, una de las mejores películas de Alfred Hitchcock. El maestro venía de rodar una joya absolutamente maravillosa: Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959) y estaba en un momento dulce de su carrera y en una de sus etapas mas brillantes. Parecía muy difícil superar la genialidad alcanzada en esa película, tanto a nivel formal y conceptual, como de acertado vehículo de las temáticas y obsesiones que siempre han acompañado el cine de Alfred Hitchcock. Pero Psicosis, en mi opinión, lo logra de una manera especialmente convincente.
No hace falta profundizar mucho en la obra de Hitchcock para percatarse de que sus películas son, eminentemente visuales. La imagen es la que vertebra su narrativa cinematográfica y siempre adquiere una importancia capital. Y así ocurre en Psicosis, que es, probablemente, y junto a La ventana indiscreta (Rear Window, 1954) y Vertigo (De entre los muertos), 1958 el máximo exponente y la que mejor resume ese voyeurismo que atraviesa toda la obra de Hitchcock y que el director utiliza como un espejo, colocándolo delante del espectador para que este se vea reflejado y se sienta, además de partícipe de la historia, identificado en sus propios miedos, deseos, frustracciones y sentimientos. Sí, creo que este sería un breve, pero bastante atinado resumen del significado del legado de este genio, una de las figuras imprescindibles, no digo ya del cine, sino de todo el siglo XX.
Además aquí en Psicosis, está incluido uno de sus mas grandes McGuffins, una artimaña de su invención que consistía, básicamente, en presentarnos un argumento y un planteamiento narrativo para, luego, contarnos algo totalmente distinto. Admirable, ¿no creéis...?
Y claro, como Hitchcock era así, en Psicosis mata a la protagonista de su película, pobre Janet Leigh, en la primera media hora de la película. Y lo hace a través de una de las escenas mas visuales y mas brillantes de toda la historia del cine. Y si habéis visto la película sabéis que no exagero. Una secuencia que no llega al minuto de duración y en la que podemos contemplar hasta 70 planos distintos. Pero además, y junto a su impagable colaborador, el compositor Bernard Hermann, rizó el rizo logrando una fusión perfecta entre imagen y sonido, que se fundían en una sola materia ante la que el espectador era capaz de quedar indiferente.
Hoy recuerdo la escena de la ducha de Psicosis, y la insuperable y estridente música de Hermann, que logran una experiencia cinematográfica sublime e inolvidable, y que supone un ejemplo perfecto de esa conexión a la que antes aludía, en la que el espectador pueda dar rienda suelta a esa propensión de "mirones" que todos llevamos dentro. La mirada, siempre la mirada...
El hombre de Boston
Efectivamente! Es una emocionante escena impresa en el inconsciente colectivo. Nadie se ducha en un baño parecido después de haberla visto, del todo relajado.
ResponderEliminarHasta a los que no son aficionados al cine, conocen esta escena... Es, sin lugar a dudas, una cumbre del séptimo arte.
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